Herbert Marcuse, repitiendo a Freud, decía que la historia
del hombre, es la historia de su represión; que es la cultura la que restringe
no sólo su existencia social, sino también la biológica, y no sólo partes del
ser humano, sino su estructura instintiva en sí misma; pero que, sin embargo,
tal restricción es la precondición esencial del progreso. Para el autor alemán,
que tuvo a Husserl y a Heidegger como maestros en Brisgovia, aplicando la
fenomenología a las cuestiones ontológicas e indagando sobre el ser en sí
mismo, después de Hegel, el Eros incontrolado es tan fatal como su mortal
contrapartida: el instinto de la muerte.
Marcuse sostenía en su obra “Eros y civilización” que las
fuerzas destructivas del Eros, provienen del hecho de que aspira a una
satisfacción que la cultura no puede permitir: la gratificación como tal, como
un fin en sí misma, en cualquier momento; y que por esa razón los instintos
deben ser desviados de su meta, inhibidos en sus miras. La civilización
empieza, según él, cuando el objetivo primario, o sea la satisfacción integral
de las necesidades, es efectivamente abandonado.
El abogado, poeta y escritor pallasquino Arnulfo Moreno
Ravelo, no cree como Marcuse, que los impulsos animales se transformen siempre
en instinto humanos bajo la influencia de la realidad externa. En su obra “La
aurora natural”, que es un ensayo prodigioso del naturalismo expresivo que él
mismo ha inventado, no entra a las disquisiciones metapsicológicas que
atormentaron al pensador alemán, pero en sus “entreabiertas burbujas sueltas
teñidas de arrebol”, logra sin querer demostrar que los instintos del hombre
están a favor su naturaleza antes de que la cultura los mimetice y transforme y
también los reprima.
Para Moreno Ravelo, “la vida, sólo es un color licuado de
arte”, enfrentando “los duros contratiempos del rayado destino” (“el amarillo
contenido del trigo partido, esparcido debajo de la sombra”, “cuando repintando
el alba, en cada rayo se agranda la esperanza”.
En su obra monumental, de la que podrían salir diez libros
sucesivos más “como una sombra alargada de abismo”(“sobre la nitidez de la
mañana quisiera escribir mi deseo de amarte y acariciar la brisa con las manos
encrespadas del tamaño del mundo”)(ahora que “el sol ha hecho su tiempo
circular de ausencia), el ancashino nos abruma con esa voluntad de entregarse
sin devaneos a la generosa descripción de una naturaleza que está allí, a tiro
de piedra, al alcance de todos, pero que sólo personas sensibles como él,
logran describir, con la luminosa aquiescencia de un poeta genuino.
“Como un libro abierto en la tierra sembrada”, Moreno Ravelo
nos lleva hacia límites impredecibles, aunque a veces “en el grosor del
silencio, rayado al borde de la luz de aurora, se va parchado de sufrimiento al
precipicio” y “en la última cuadra diseñada del olvido” aquieta su emoción “en
el completo cero de la nada” (“como péndulo de campana sobre la cuesta dolorosa
de la tierra”, “como un camino fallecido a la distancia”.
En “Aurora Natural” un ensayo poético, que coloca a la
naturaleza como principal protagonista, no hay “esa luz apagada de cementerio
que termina en el fondo del abismo”, sino un amor “levantando el estallido del
ajuste”, por los colores y las formas de la vida que se percibe en el cielo y
en la tierra, en “el empezar del color manuscrito de la rosa”.
“Como un abierto mundo en una herida”, el poeta va a sus
fuentes de inspiración, con absoluta dignidad, a veces “sin advertir la
insonoridad del ruido”(“mientras por sobre los surcos del rostro envejecido, en
color de tempestad se descuelga la paciencia”, “la benevolencia nublada del
viento”, ”el sol de plata mirando de costado dispuesto a hundirse en el aire
frio de la cumbre”) o que “una luz violeta de tono apagado endurece la voluntad
de las cosas” positivas.
“En donde la luz coagula como una lágrima de cristal”
“tantas bocabajadas alegrías” el poeta y escritor, abogado por añadidura,
observa “por la rendija de la puerta del día” esa alborada “volteada de luz”
que “besa el alba” aunque gima la tierra y las nubes tomen distancia con la
vida y termine “desmoronándose de universo” y “el cielo desatándose” de dudas.
Moreno Ravelo sabe su oficio, y por eso puede ver con los
ojos del alma, “las aberturas del cielo, dilatándose en sus lumbreras y en el
cóncavo asombro” de su canto.(“delicadamente cincelado de una prudente y
sincera eternidad”, allí donde “el firmamento cuelga como una gota de agua
seca” y “el despuntado amanecer asciende y desciende desbocado y regañón”,
inmotivado.).
Cuando él dice: “la luna alejadamente voló hecho un cristal
de plata destruida. Esa abandonada paciencia de caminos” “como un cubo
inclinado en la lejanía, sostenido en el deletreado ángulo del tiempo” o cuando
describe “las amplias oscuridades de contratiempo, cubriendo irremediablemente
los cerros desganados” (“cuando se impone el instinto, los caminos no comienzan
ni terminan”), no es empujarnos disimuladamente (“de abierta rosa se perfuma la
sombra) adonde “la anónima oscuridad no llega, sino mostrarnos su visión de
profeta y peregrino (“te das cuenta, que te hace falta un paso menos de
retroceso en la mirada”, ”calando hasta el escapado profundo se riega de frío
el sabor amargo”, “delgado de amo”, sobre “el vacío en redondel del miedo”,
“envuelto de olor a incienso de un domingo”, “enmudecido de lejanía, en
voltereta de horizonte”” la tarde va cayendo a plomo sobre el lomo de la
horizontal tristeza”).
Arnulfo Moreno Ravelo sabe “agujerear la forjadura del
pasado” y que “batiendo su destello de hoja al aire perdido de cuesta se llega
al firmamento” y en “puntillas de aurora”, “vestido de vida” “cargado de
viento” “aprovechando la exterioridad soltada de alguna empezada partitura” se
deslinda “desclavado de amanecida”, para mostrarnos “la profundidad del firmamento”
(“rascando el blanco cerezo del cielo”), esa “cristalina casa del alba” –
“tendida el agua”, “la luna arrimada a un costado de la altura” - en la que la
“luz descollada de aurora se define.(“nada ha demostrado la contrariedad del
polinomio, menos la sepultura del factor recuerdo”).
Y “en las entradas y salidas” de esa travesía, - “en la
sensación del resultado” -“rodando por la fría oquedad de los salientes”,
“removiendo el aire bajo el puente”, “asomado al centro del reencuentro”, él
–“teñido de retirada” -define los contornos vivenciales de una literatura
noble, permisiva que se nutre de la propia vida ( no importa que “sobre la
sequedad de los campos estén distantemente desunidos los abismos”; y que “como
un oloroso membrillo de antigua planta”, “el sol bruña las ennegrecidas
piedras, penetre en los escarpados cerros y repose en las faldas de las cumbres
que se elevan hasta el cielo”). No importa que “las ideas se enreden con el
viento” y “encorve de azul el firmamento”.